Llegábamos a la Plaza de la Constitución. Un porcentaje importante de su superficie estaba ocupada con templete, sillas y varios locales para exhibición, promoción y venta de productos, además de otras actividades relacionadas con los perros.
Uno de los objetivos de la instalación de la Primera Exposición Canina en el Zócalo era la de entregar, por parte de la Federación Canófila Mexicana, al Jefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera, la petición para nombrar al perro xoloitzcuintle como patrimonio cultural e ícono de la Ciudad de México.
Dábamos los primeros pasos por la expo, cuando por el sistema de sonido, el señor Mancera, después de recibír la propuesta, hablaba sobre este can “originario” de la ciudad. Entre la cantidad de años que dijo que tenía la raza y su desconocimiento sobre el xolo, quedamos incrédulos: “es un perro originario de esta ciudad, es originario de la Ciudad de México”, sentenció.
¿Acaso, no tiene asesores que le impidan decir barbaridades? En fin. La declaratoria fue hecha. Luego comenzó la exhibición de xoloitzcuintles en la que participaron una cantidad regular de xolos sin pelo y pocos peludos.
Lo sobresaliente del evento, del 12 de agosto de 2016, fue la mesa de cartonería dedicada al xoloitzcuintle y su relación con el inframundo prehispánico, en la que se pudieron apreciar una representación del dios Xólotl y de varios perros pelones, así como la exposición de alebrijes de todos tamaños y colores que estaban junto.
¿El acto aportó algo importante a la raza? ¿Cuáles fueron los saldos de la acción mediática? Quizá, si fuera lo fundamental, la promoción ocuparía un importante lugar, sin embargo, el que el jefe de gobierno haya cometido el desliz de anunciar al xolo como originario de la ciudad, y el que esa información se repitiera en varios medios arroja un resultado adverso.
Es posible, si lo queremos ver de forma positiva, que el señor Mancera estuviera hablando de aquella pensión de perros en Coyoacán[1], rentada por el coronel británico Norman P. Wright, para poder albergar a los recién llegados xoloitzcuintles de varios lugares de Guerrero (Arcelia, Poliutla, Teloloapan e Iguala); es decir, que se estuviese refiriendo a los dieciséis perros colectados en 1955 que formaron parte del acervo o pool genético que dio origen al xolo actual[2]. Sólo así se entendería el exabrupto.
A partir de esa fecha, en las redes sociales, podemos ver cápsulas y videos que “nos informan” sobre el xoloitzcuintle “originario” de la gran Ciudad de México, que al igual que la aportación de un importante portal de noticias, dejan mucho que desear por su falta de investigación y documentación, pues ni de pasada mencionan la región que fue cuna del xolo: La cuenca del río Balsas.
Sin lugar a duda, el perro xoloitzcuintle es parte del patrimonio biocultural de México y es necesaria su adecuada preservación legal, misma que debe ir más allá de los intereses de la FCM y de algunos más que intentan hacerlo franquicia para su usufructo. Esperemos que pronto el xoloitzcuintle sea reconocido como patrimonio de todos los mexicanos.
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