
El Xoloitzcuintle, también conocido como perro azteca o perro pelón mexicano, ha sido mucho más que un compañero animal: en la cosmovisión mexica y otras culturas mesoamericanas fue un ser espiritual, un guía entre mundos y un guardián del alma. Su relevancia no se limita al ámbito doméstico, sino que alcanza dimensiones religiosas, míticas y simbólicas.
El Xoloitzcuintle como guía al Mictlán
Los mexicas creían que al morir, el alma del ser humano emprendía un viaje hacia el Mictlán, el inframundo gobernado por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl. Este trayecto no era sencillo: el difunto debía atravesar ríos, montañas y pruebas espirituales para alcanzar el descanso final.
Ahí aparecía el Xoloitzcuintle: un perro destinado a guiar a su amo en el más allá. Según la tradición, solo un Xolo de color oscuro aceptaba la tarea, ya que los de tonalidad clara o rojiza podían rehusarse a ayudar. Por ello, en muchos entierros prehispánicos se colocaban figurillas de barro de estos perros, o incluso sus restos reales, como compañeros del difunto.
Vínculo con el dios Xólotl
El nombre del Xoloitzcuintle proviene del dios Xólotl, deidad dual y hermano de Quetzalcóatl, asociado con el ocaso, la deformidad, la muerte y la transformación. “Itzcuintli” significa perro en náhuatl, por lo que “Xólotl-itzcuintli” es literalmente “perro de Xólotl”.
Se le consideraba encarnación terrenal de este dios, un mediador entre la vida y la muerte. Así, el Xolo simbolizaba la transición de estados: del día a la noche, de la vida a la muerte, del mundo material al espiritual.
Medicina, calor y ritual
Además de su dimensión sagrada, el Xoloitzcuintle tenía un papel práctico en la vida cotidiana mexica. Se le asociaba con el calor y la sanación. Por su piel desnuda y su alta temperatura corporal, se utilizaba como “remedio viviente” para aliviar dolores musculares, cólicos y reumatismos. En los rituales, este contacto no solo era físico sino también espiritual, pues se creía que el perro absorbía y equilibraba las energías negativas.
Protector del hogar y del alma
El Xoloitzcuintle también representaba protección. Se le atribuía la capacidad de alejar malos espíritus y energías dañinas, actuando como un guardián invisible para las familias. No era extraño que se le dedicaran ofrendas en templos menores, o que se le cuidara como un miembro respetado del linaje humano.
El legado en la actualidad
Hoy en día, el Xoloitzcuintle sigue siendo un emblema vivo de México y de sus raíces prehispánicas. Su presencia en el arte de Diego Rivera, en la Casa Azul de Frida Kahlo o en figuras de barro de Colima, es testimonio de la vigencia de su simbolismo. Más allá de su rareza física, el Xolo encarna la memoria cultural y espiritual de un pueblo que vio en él no solo un perro, sino un compañero de alma y guardián eterno.
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