Introducción y Simbología
El xoloitzcuintle, perro sin pelo originario de México, carga un profundo simbolismo cultural. En la mitología mexica era compañero de los difuntos, guiándolos en su viaje al Mictlán (inframundo). Su nombre náhuatl combina Xólotl (dios del ocaso, gemelos y muerte) e itzcuintli (perro). Tras siglos de relativa oscuridad, en el siglo XX este perro resurgió como símbolo identitario de México. Los artistas de la corriente mexicanista exaltaron las raíces prehispánicas incorporando al xoloitzcuintle en pinturas y murales, hasta convertirlo en ícono de la cultura mexicana contemporánea. Su figura representa la continuidad histórica de lo indígena, la lealtad, la dualidad vida-muerte y la identidad nacional.
Diego Rivera: Xoloitzcuintles en Murales Modernos
Detalle del mosaico “La Casa del Viento” de Diego Rivera (1956), con la dualidad Quetzalcóatl–Xólotl representada por la serpiente emplumada multicolor y un xoloitzcuintle oscuro con collar, respectivamente.
El muralista Diego Rivera mostró una marcada predilección por el xoloitzcuintle, incluyéndolo en numerosas obras a lo largo de su carrera. Rivera lo retrata como símbolo de lo nacional, casi siempre junto al pueblo indígena y la clase trabajadora de México.
A continuación destacamos algunas representaciones:
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“La Lluvia” (Patio de las Fiestas, SEP, 1926): En este mural aparece un niño campesino arrodillado, comiendo un taco, observado atentamente por un pequeño perro xoloitzcuintle. La escena –que Rivera también recreó en la litografía El niño del taco (1932)– muestra al xolo ansioso por una migaja, simbolizando la humilde compañía y vínculo cotidiano entre el pueblo y su perro nativo.
Litografía “El niño del taco” (1932) de Diego Rivera, basada en La Lluvia. Un niño campesino come un taco mientras un xoloitzcuintle robusto, de orejas erguidas y cola delgada, lo mira fijamente esperando comida. Rivera enaltece así la vida cotidiana y la unión entre el mexicano humilde y su perro autóctono. -
“La noche de los pobres” (SEP, 1926): En otro panel del mismo conjunto mural, un xoloitzcuintle aparece acurrucado en el suelo junto a una familia indígena dormida. La imagen refuerza la idea del perro como guardián y compañero fiel incluso en la miseria, compartiendo la intemperie con los más desposeídos.
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“El Agitador” (Chapingo, 1926): Rivera incluyó aquí un perro de pelaje ralo y cola hirsuta, en actitud alerta frente a una asamblea de campesinos y obreros. El xolo parece solidarizarse con la lucha social, representando la vigilancia y lealtad en tiempos de agitación revolucionaria.
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Mercado de Tlatelolco (Palacio Nacional, 1944-45): En este gran mural sobre la vida prehispánica, Rivera muestra la variedad del mercado incluyendo xoloitzcuintles ofrecidos como mercancía. Se distingue un xolo expuesto para trueque entre los productos, subrayando que esta raza era parte de la economía y gastronomía mesoamericana.
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Cultura Purépecha (Palacio Nacional, 1945): En la sección dedicada a Michoacán prehispánico, tres xoloitzcuintles aparecen al pie de unas escalinatas, en diferentes posturas (sentado, echado y enroscado). Aquí Rivera presenta al xolo como presencia ubicua en la vida indígena, domesticado en la cotidianidad ancestral.
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“Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” (Hotel del Prado/Museo Mural D. Rivera, 1947-48): En este célebre mural, un xoloitzcuintle negro confronta con valentía a un policía porfiriano que impide el paso a una familia indígena. La escena contrasta a los desposeídos indígenas (acompañados por su perro) con la élite urbana, y el pequeño xolo –enseñando los dientes al gendarme– simboliza la resistencia de lo indígena frente a la represión y el clasismo. Es un potente comentario social: el perro autóctono se convierte en defensor de los marginados ante la autoridad opresora.
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Murales del Palacio Nacional (1950-51): En los paneles tardíos de la Historia de México, Rivera siguió usando al xoloitzcuintle como emblema nativo. Por ejemplo, en La civilización Totonaca (1950) un xolo en primer plano acompaña a un dignatario teotihuacano que lidera un contingente. En Las industrias del maguey y el amate (1951), una pareja de xolos bebe tranquilamente agua de un arroyo junto a mujeres que lavan tejidos, integrados en una estampa idílica de la vida precolombina. Y en El desembarco de los españoles en Veracruz (1951), Rivera pinta un dramático enfrentamiento: un feroz xoloitzcuintle mexicano se encara con un perro traído por los conquistadores españoles. Este duelo de canes representa alegóricamente el choque de civilizaciones –el México indígena versus Europa invasora–, donde el pequeño xolo defiende su tierra frente al mastín extranjero.
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Obras finales (1955-57): Rivera aún dedicó piezas al xolo en sus últimos años. En Niño con rehilete (óleo, 1955) retrata a un niño girando un papalote mientras un gordo xoloitzcuintle lo observa juguetón, símbolo de la inocencia y alegría popular. Asimismo, para su mecenas Dolores Olmedo realizó composiciones murales en técnica mixta donde aparece la iconografía del xolo: La Casa del Viento (Acapulco, 1956) —un mural de mosaico donde Rivera plasmó la dualidad Quetzalcóatl–Xólotl, representando a Xólotl como un perro oscuro con incrustaciones de concha y piedra (imagen superior)–, y El Espejo de la Estrella (mosaico en fuente, 1957) donde figura un xoloitzcuintle con collar, considerada su última representación del xolo en el arte.
En la obra de Rivera, el xoloitzcuintle evolucionó hasta volverse un símbolo de la mexicanidad. Ya sea como compañero de niños pobres, testigo de rituales prehispánicos o protagonista en choques históricos, Rivera siempre lo coloca del lado del pueblo y de las raíces indígenas de México. Como señala un análisis, Rivera “hizo del xoloitzcuintle, con el paso del tiempo, un símbolo de la cultura nacional”, reforzando la identidad mexicana posrevolucionaria a través de la imagen de este perro autóctono.
Frida Kahlo: Xoloitzcuintles en Pintura y Retrato Personal
La pintora Frida Kahlo también abrazó al xoloitzcuintle como parte de su iconografía personal. Frida y Diego Rivera criaron varios xolos en La Casa Azul (Coyoacán) y los consideraban emblemas vivientes de su herencia indígena. En sus pinturas, Frida integró a estos perros –especialmente a su favorito llamado “Señor Xólotl”– como alter egos y símbolos de protección espiritual. Sus autorretratos con animales sustituyen en parte a los hijos que nunca pudo tener, mostrando la profunda conexión emocional de Frida con sus mascotas.
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“Escuintle y yo” (1938): Uno de sus primeros retratos con un xoloitzcuintle. Si bien esta obra es poco conocida (colección Dolores Olmedo), el título coloquial Escuintle alude cariñosamente al perrito. Es un diálogo íntimo entre la artista y el perro, subrayando la compañía casi humana que le brindaba. (Cabe mencionar que escuintle en México significa niño o cachorro travieso, derivado de itzcuintli, mostrando la identificación de Frida con su perro como “su niño”).
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“Autorretrato con changuito” (1945): Pintado a sus 38 años, es uno de sus cuadros más emblemáticos. Frida se retrata casi de busto entero, con semblante hierático “como una reina mexicana”, acompañada por tres elementos cruciales: su perro Xoloitzcuintle Señor Xólotl, el mono araña Fulang Chang abrazándola, y una figurilla prehispánica detrás de su hombro. Todos ellos están entrelazados por un listón dorado serpenteante que une a la artista con el mono, el perro y la deidad, simbolizando “la conexión entre los cultos religiosos, los seres humanos y los animales”. El xoloitzcuintle aparece al frente, con ojos de un negro brillante y orejas en alto, transmitiendo calma y protección. Según estudios, Frida recurría a sus animales favoritos –monos, loros, perros– como símbolos de sus afectos y raíces; en este caso, Señor Xólotl representa al dios perro Xólotl, guardián en la muerte, que la cuida en vida. De hecho, en la cosmovisión mesoamericana el xoloitzcuintle protege a su amo de los peligros de la muerte, y aquí Frida lo pinta como amuleto viviente contra la soledad y el dolor. La obra plasma de forma poética cómo Frida veía a sus mascotas: extensiones de sí misma y fuentes de consuelo. Tal como describe la crítica, Frida “expone la conexión que existe entre los cultos, los humanos y los animales, al entrelazar todos estos elementos con una cinta”, logrando una de sus composiciones más simbólicas.
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“El abrazo de amor del Universo, la Tierra (México), Yo, Diego y el Señor Xólotl” (1949): En esta compleja escena surrealista, Kahlo se pinta abrazando como bebé a Diego Rivera, todo envuelto por la Madre Tierra y el Universo. A los pies de Frida yace dormido su perro Xólotl. Aquí el xoloitzcuintle adquiere un poderoso simbolismo: representa la “muerte dormida”, es decir, la muerte apaciguada y contenida. Según las interpretaciones, el Señor Xólotl durmiente simboliza que la muerte está temporalmente bajo control, “de la cual Frida está a salvo por la protección” de la Tierra y el Cosmos que la rodean. Frida, que sufría constantes enfermedades, se coloca en un abrazo cósmico donde su perro actúa como talismán contra la muerte. La imagen sintetiza la mezcla de cosmogonía antigua y la biografía de Frida: el xolo, como guía al inframundo en la tradición mexica, aquí reposa manso, sugiriendo que el amor (de la Tierra-Madre) ha logrado adormecer a la muerte misma. Kahlo integra así la figura de Xólotl no solo como mascota, sino como símbolo de protección vital y vínculo con lo prehispánico en su obra cumbre.
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Naturaleza muerta “Congreso de los pueblos por la paz” (1951): En sus últimos años Frida pintó varios bodegones con elementos patrióticos. En uno de ellos (Naturaleza muerta con bandera y loro, 1951) incluyó discretamente una vasija prehispánica de Colima en forma de xoloitzcuintle junto a frutas y la bandera de México. Al incorporar esta cerámica de perro en la composición, Frida “enfatiza la identidad mexicana de su obra”. El pequeño xolo de barro sirve de puente entre el México antiguo y el moderno, recordando la continuidad cultural. Esta sutil presencia muestra que incluso en naturalezas muertas aparentemente apolíticas, Frida codificaba símbolos de lo mexicano: el xoloitzcuintle de cerámica representa el alma prehispánica en medio de mangos, guayabas y la bandera tricolor. Nuevamente el perro es símbolo de patria y tradición ancestral, aun cuando no está vivo sino como artefacto ancestral.
Además de estas pinturas, Frida convivió íntimamente con sus xolos. Fotografías de Gisèle Freund, Lola Álvarez Bravo y otros la inmortalizaron posando con sus perros en La Casa Azul, reforzando su imagen de mujer indigenista rodeada de itzcuintlis. Frida llegó a llamar “mi hijo” a uno de sus xolos, enfatizando la profunda relación afectiva. En su diario incluso dibujó y nombró a Xólotl en sueños y alegorías, manifestando la presencia constante de este perro en su mundo simbólico.
En resumen, Frida Kahlo dotó al xoloitzcuintle de un fuerte significado personal y espiritual. Lo pintó como guardián, alter ego y conexión con la mexicanidad precolombina. Sus xolos son a la vez compañeros terrenales y símbolos místicos, encarnando protección, lealtad y el linaje cultural indígena en su obra.
Otros Artistas Modernos y Contemporáneos
Más allá de Rivera y Kahlo, numerosos artistas mexicanos del siglo XX y XXI han representado al xoloitzcuintle en sus creaciones, reafirmando su estatus icónico:
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Juan O’Gorman (1905-1982): Este muralista incluyó un xoloitzcuintle en La Independencia Nacional (Castillo de Chapultepec, 1961). En ese mural histórico, el xolo aparece junto a Miguel Hidalgo y demás héroes, simbolizando la presencia del pueblo originario en la construcción de la nación. Su inclusión señala que, incluso en la narrativa de Independencia, el perro autóctono figura como emblema de la identidad mexicana liberada del dominio extranjero.
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Raúl Anguiano (1915-2006): Pintor de la Escuela Mexicana, Anguiano tuvo un famoso xoloitzcuintle llamado Tajín, al que retrató en varias obras. Inspirado por su propia mascota, realizó pinturas y grabados donde el xolo es protagonista, destacando la obra Tajín (linograbado, ca. 1970) y escenas costumbristas con su perro. Anguiano veía a Tajín como vínculo entre el pasado prehispánico y el México moderno, reflejando en su arte la continuidad cultural (incluso se dice que afirmó que Tajín lo “transportaría al más allá” al morir). Sus representaciones suelen mostrar al xolo con nobleza y serenidad, reivindicándolo como patrimonio vivo de México.
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Rufino Tamayo (1899-1991): El renombrado pintor oaxaqueño no representó explícitamente xoloitzcuintles por nombre, pero sí pintó numerosos perros simbólicos en los 1940s que recuerdan a la raza por su figura estilizada y ausencia de pelo. Obras como Animales (1941, MoMA) –donde dos perros rojos aúllan bajo un cielo oscuro– y Perro aullando a la luna (1942) se han interpretado como metáforas de la condición humana durante la Segunda Guerra Mundial. Según el Museo Tamayo, en estas pinturas “los perros […] se constituyeron en metáforas plásticas de la violencia humana y la devastación espiritual del hombre moderno, tornándose de seres domesticados a depredadores solitarios y violentos”. Tamayo transformó la imagen del perro mexicano en símbolo universal de la angustia y agresividad de la época. Aun así, por sus rasgos (cuerpos estilizados, piel tersa, dientes expuestos), estos canes evocan al xoloitzcuintle, dotándolos de una identidad local dentro de su mensaje global. En etapas posteriores, Tamayo también pintó perros más amigables y exóticos en litografías de los 1970s, devolviéndoles cierta gracia y apacibilidad. Aunque Tamayo no nombró “xolo” a sus perros, su serie “Perros de la Luna” es ampliamente vista como una reinterpretación artística del perro autóctono, cargándolo de un significado existencialista y profundamente mexicano a la vez.
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Francisco Toledo (1940-2019): Gran artista oaxaqueño contemporáneo, Toledo incorporó al xoloitzcuintle dentro de su imaginario fantástico y erótico. Conocido por su amor a la fauna autóctona, realizó dibujos, tapices y esculturas donde el xolo aparece de formas oníricas. Por ejemplo, creó cometas (papalotes) con forma de xoloitzcuintle y pinturas donde perros se entrelazan con figuras humanas. Toledo veía en el xolo un elemento cultural importante, a la par de otros animales míticos zapotecas. En su obra, los xolos a veces tienen connotaciones sensuales o lúdicas –objetos eróticos, según la crítica Teresa del Conde–, reflejando la visión de Toledo de la naturaleza como parte intrínseca del deseo y la creatividad. Uno de sus grabados célebres muestra a un xolo con expresivos ojos amarillos, texturas complejas y aura mística, encarnando el espíritu ancestral en el arte contemporáneo. La influencia de Toledo contribuyó a revalorizar al xoloitzcuintle en el arte reciente, fusionando tradición y modernidad.
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Artistas recientes (finales s.XX–XXI): El xoloitzcuintle sigue inspirando a creadores actuales en diversas disciplinas. En escultura, por ejemplo, Federico Canessi realizó una famosa pieza en bronce de un xoloitzcuintle (expuesta en el Museo Dolores Olmedo) que exalta su forma elegante. El escultor Sergio Peraza ha creado toda una serie de obras dedicadas al xolo –en bronce, plata, jadeíta, etc.– y es un activo promotor de la raza. También la fotógrafa Flor Garduño y la recordada Mariana Yampolsky han retratado la singular belleza del xolo en imágenes artísticas. En la pintura contemporánea destacan artistas como Gustavo Santos, cuyo realismo plasma con fidelidad a estos perros, u Omar Padilla, quien los incorpora en coloridas escenas de la vida rural, y Darío Mijangos, que ha realizado numerosas pinturas celebrando el amor por sus propios xoloitzcuintles. Sus lienzos muestran desde poses juguetonas hasta retratos formales del xolo, explorando su carácter y estética únicos. Incluso la figura del xolo ha trascendido a la cultura popular: la diseñadora Cristina Pineda creó a “Xico”, un personaje inspirado en el xoloitzcuintle, representado en esculturas decorativas, ilustraciones e incluso historietas. Este fenómeno comercial indica cómo el xolo se ha convertido en un símbolo entrañable de lo mexicano reconocible más allá del ámbito puramente artístico.
Por último, cabe mencionar la exposición “Xolos: compañeros de viaje” (Museo del Carmen, INAH, 2019), dedicada enteramente a este perro emblemático. En ella se reunieron 117 piezas, desde figurillas prehispánicas hasta obras modernas en diversos soportes. La exposición celebró los 80 años del INAH destacando la persistencia histórica del xoloitzcuintle como motivo artístico y cultural. Como resumió un artículo sobre la muestra: “El xoloitzcuintle sigue siendo la inspiración de muchos artistas contemporáneos… quienes han inmortalizado a dicho perro en bronce, plata, papel, etc.”. Esto evidencia que la imagen del xolo ha trascendido épocas y estilos, manteniéndose vigente y en constante resignificación.
Conclusión
A través de murales, óleos, grabados y fotografías, el xoloitzcuintle ha sido representado de múltiples formas en el arte mexicano del siglo XX y XXI. Para los muralistas posrevolucionarios como Rivera y O’Gorman, encarnó las raíces indígenas y la lucha del pueblo; en la obra introspectiva de Kahlo simbolizó amor, dolor y protección mística; para artistas posteriores como Tamayo o Toledo, ofreció metáforas sobre la condición humana y la sensualidad, sin perder su esencia autóctona. En todos los casos, su forma singular (cuerpo esbelto, piel desnuda, orejas alertas) y su carga simbólica (guardián de almas, vestigio viviente de los ancestros) lo convirtieron en un motivo fascinante. El xoloitzcuintle pasó de ser un tema folklórico a un ícono del arte mexicano, capaz de dialogar con la historia, la identidad nacional y las emociones universales. Como lo demuestra su presencia en tan diversas obras –desde las escenas costumbristas de Rivera hasta los oníricos mundos de Kahlo o las metáforas abstractas de Tamayo–, el xoloitzcuintle sigue reinventándose en el imaginario artístico, recordándonos el vínculo profundo entre el México contemporáneo y sus raíces milenarias.
Fuentes: La información y citas han sido recopiladas de investigaciones especializadas y fuentes museográficas: textos de Xolos Ramírez/Itzcuintli sobre Diego Rivera y Frida Kahlo, análisis curatoriales de Casa de México y Museo Dolores Olmedo, artículos culturales (Picnic Media, INAH), y notas académicas y de prensa sobre la simbología del xolo en el arte mexicano, entre otros. Estas referencias evidencian la rica iconografía del xoloitzcuintle en la obra de diversos artistas modernos y contemporáneos, así como el significado que cada uno le atribuyó en su contexto creativo.
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