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El que conoce el camino: el xoloitzcuintle como guía al Mictlán

 

En la cosmovisión náhuatl, el xoloitzcuintle no era solo un perro. Era un ser sagrado, un guía espiritual, un guardián del alma. Su nombre proviene de Xólotl, el dios mexica del ocaso, lo no visible, lo misterioso… y de itzcuintli, que significa perro. Este noble animal no solo compartía la vida con los humanos, sino también la muerte.

 

El viaje al inframundo

 

Según la mitología mexica, cuando una persona moría, su alma emprendía un largo y arduo viaje hacia el Mictlán, el inframundo. Para poder atravesar los nueve niveles de este mundo subterráneo, el alma necesitaba la ayuda de un perro —un xoloitzcuintle— que supiera el camino. Sin este guía, el alma quedaba perdida, vagando entre dimensiones, incapaz de alcanzar el descanso final.

Por ello, se creía que a los perros no se les debía maltratar en vida, ya que ellos decidirían si ayudar al alma de su antiguo amo después de la muerte. El vínculo espiritual entre humano y xolo era, literalmente, eterno.

 

Xoloitzcuintle y el mito del Quinto Sol

 

El papel del xoloitzcuintle en los mitos mexicas no se limita solo al acompañamiento en la muerte. En una de las más poderosas narraciones del ciclo cosmogónico mexica, el dios Quetzalcóatl desciende al Mictlán para recuperar los huesos de los antiguos hombres de los soles anteriores, con el propósito de crear a la nueva humanidad: nosotros, los hijos del Quinto Sol.

En esta travesía, Quetzalcóatl no va solo. Lo acompaña un xoloitzcuintle, su fiel guía a través del inframundo. Es el perro quien le muestra el camino, lo ayuda a sortear los peligros, y juntos logran traer de vuelta los restos sagrados con los cuales los dioses darían forma a la humanidad actual.

 

Un legado que camina a nuestro lado

 

El xoloitzcuintle, más allá de su historia como raza milenaria y su valor genético como patrimonio vivo de México, es también símbolo de la conexión profunda entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Su figura aparece en códices, esculturas, cerámicas y leyendas, recordándonos que hay seres que caminan a nuestro lado con un propósito que trasciende el tiempo.

En Xolos Ramírez, criamos y compartimos esta raza no solo como compañía, sino como legado. Cada xolo que nace con nosotros es portador de una historia milenaria, un guardián del alma, un símbolo de lo que somos y de lo que fuimos.


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